Comentario
El itinerario del segundo viaje de Velázquez a Italia, que se desarrolló entre noviembre de 1648 y junio de 1651, jalonando los principales puntos de interés artístico, fue muy similar al primero, aunque de motivaciones muy distintas. Ahora Velázquez viajaba como Ayuda de Cámara del Rey con derecho a carruaje y mulas de carga. Se integró en la embajada del duque de Maqueda que salió de Madrid en noviembre de 1648 y embarcó en enero siguiente en Málaga, rumbo a Génova, para encontrarse en Trento con doña Mariana de Austria, sobrina y futura esposa de Felipe IV.
Desde Génova Velázquez inició su propio recorrido por el norte de Italia: Milán, Padua, Venecia -donde estaba en abril de 1649 ayudado por el embajador marqués de la Fuente para que pudiera ver cuantas pinturas fuera posible-; en Módena quiso comprar a la Duquesa La notte, de Correggio (Dresde, Gemáldegalerie), una de esas pinturas que, al decir de Jusepe Martínez, hay muy pocos príncipes que las tengan y que era lo que interesaba al rey. Bolonia, Florencia, Parma fueron otras tantas etapas del viaje hacia Roma, donde el pintor se hallaba a fines de mayo. Aquí Velázquez se ocupó fundamentalmente de temas de escultura, encargando moldes y vaciados de obras antiguas a cuyo frente estuvieron algunos discípulos de Bernini. Para la obra, Velázquez recogió el dinero en Nápoles de manos del virrey Conde de Oñate, regresando a Roma, donde con breves interrupciones permaneció casi un año y medio, sin atender la impaciencia del rey. Velázquez iba con calma y las órdenes de la Secretaría de Estado al embajador eran avivarle a la flema que tiene (E. Harris, 1991, p. 26).
Velázquez era ya un hombre maduro, con cuyo estilo plenamente formado triunfó en la patria del arte al retratar a su esclavo Juan de Pareja (Nueva York, Metropolitan M., c. 1649-50) como ejercicio de soltura antes de efigiar al Papa Inocencio X (Roma, Galería Doria Pamphili, c. 1649-50), retratos por los que el maestro fue admitido en la Congregación de Virtuosos del Panteón y en la Academia de San Lucas. Velázquez retrató a varios personajes más de la corte pontificia y también se consideran, de modo casi unánime, frutos de esta estancia los dos Paisajes de Villa Medici (Madrid, Prado, c. 1650).
En lo personal y en lo pictórico Italia fue para Velázquez sinónimo de libertad, lejos de las obligaciones oficiales de la corte de Madrid. La sensualidad romana, su intelectualidad cosmopolita, embriagaron el genio de Velázquez. Allí cumplía estrictamente con las obligaciones de retratista y agente artístico, deleitándose con la pintura de algún tema mitológico, como La Venus del Espejo. Mientras el rey se impacienta, Roma le retiene; Velázquez rejuvenece con una tardía aventura amorosa de la que fue fruto Antonio, el hijo natural cuya crianza socorrió el pintor librando dinero en 1652, cuando ya estaba en Madrid. Horas plenamente felices, íntimas, que quiso revivir en 1657, cuando el rey le negó un nuevo viaje.
Aunque no sea fechable con certeza absoluta suele identificarse la Venus que en 1651 poseía el marqués de Heliche, afamado coleccionista madrileño, con La Venus del Espejo (Londres, National Gallery). Habría sido pintada en Italia y hecha llegar a España, inventariándose en un documento de primero de junio, poco antes del regreso de Velázquez. El desnudo nacarado contrasta con el cortinaje carmesí y el lecho blanco cubierto con un raso gris. Por su aire pagano y pecaminoso es un tema muy raro en la pintura española, sólo justificable en pintores vinculados a la corte, en contacto con las sensuales "Poesías" de Tiziano. El espejo cumple perfectamente con el doble significado de ser símbolo de verdad y de vanidad, devolviéndonos el rostro de esta mujer desdeñosa que nos da la espalda. Es un mito humanizado, exquisito y morbosamente carnal.